«Susurros de la profundidad» nació de una fascinación íntima por la relación entre la luz, el agua y el cuerpo humano. Pinté esta escena con la intención de capturar un instante suspendido en el tiempo, donde el silencio se vuelve palpable y el entorno submarino se transforma en un santuario.

Lo que más me enamoró al trabajar en esta obra fueron los reflejos de la superficie: esos destellos temblorosos que, como si fueran un vestido líquido, acarician y visten el cuerpo desnudo de la mujer. La luz que atraviesa el agua no solo moldea la figura, sino que parece dialogar con ella, envolviéndola en un lenguaje visual que es tan íntimo como etéreo.

La figura flota, relajada, en un gesto de entrega absoluta. Su posición habla de abandono, de confianza, como si escuchara los susurros del fondo marino. Quise que el espectador se sumergiera con ella, que sintiera la temperatura del agua, la textura de las piedras, y la levedad del momento. Cada pincelada fue un intento de traducir esa atmósfera casi mística que experimentamos cuando estamos bajo el agua, lejos del ruido del mundo.

El óleo me permitió explorar con detalle cómo la luz se curva, cómo el agua suaviza las formas y distorsiona la percepción. Es una obra que celebra la belleza del cuerpo en libertad, pero también la paz y la introspección que ofrece el mar cuando nos sumergimos en él sin defensas.

«Susurros de la profundidad» es, para mí, una meditación visual sobre la intimidad con uno mismo y con los elementos que nos rodean.